miércoles, 15 de julio de 2015

LA CIUDAD Y LOS PERROS. Mario Vargas Llosa

 

 

 

 

 



     

     


     Si hay algo de lo que sabe hablar Vargas Llosa es de la soledad del ser humano, de su posición frente al poder y de la desolación de quien lo sufre si no sabe adaptarse a sus circunstancias, a sus maquinaciones, del poder ejercido por los políticos, por los militares, por los padres o por los más fuertes.


   La Ciudad  y los Perros, es una novela coral. Con su peculiar estilo de retazos, de pinceladas sueltas, dejando destellos de vida de uno y otro personaje en tiempos verbales distintos, presente, pasado y futuro se van entremezclando en una sucesión de párrafos a los que es difícil cogerle el aire, a las primeras de cambio. Va trufando frases aisladas, pensamientos, monólogos, dentro de la descripción de una escena, que te hace frenar o volver atrás en la narración para comprobar quien habla, y si el que habla es el adolescente antes de entrar en el Colegio  o una vez salió o durante su estancia. De claras influencias faulknerianas, sobresale la voz en primera persona de varios personajes (Boa, El Jaguar, Alberto) que toman el control del libro hasta identificarnos con ellos, con las circunstancias que lo llevaron al Colegio, con su vida anterior, y a través de sus soliloquios, de sus reflexiones vamos tomando el pulso de la narración.

   
     La Ciudad  y los Perros es el Perú y sus circunstancias representado dentro de la vida de un colegio militar. Dentro de la niebla y las miserias del "Leoncio Prado", Vargas Llosa empieza a retratar a una serie de personajes desarraigados, antitéticos, forzados a convivir en una especie de coctelera tortuosa donde sólo impera la ley de los fuertes, de los pillos, de los escaqueos frente a los castigos, de las escapadas, de los arrestos de fines de semana.
      
   
    En una de sus novelas más peruanas, junto a Conversación en la Catedral,  Vargas Llosa acude constantemente a sus calles, a sus avenidas, a sus barrios míticos, a las conversaciones de la calle, a palabras invariablemente  peruanas, a la playa, a las tascas, al pisco, las cuadras, la cristina, la vicuña, la Malpapeada, que llegan a ser personajes tan principales en la novela como los propios protagonistas. 

     En un autor que ha estado crónicamente preocupado por el poder,  en El Estado, en la familia o en un Colegio Militar, aquí nos habla del poder en sus múltiples variantes y de cómo el carácter, la personalidad te posicionan en esa escala de poder, te ubican, hasta llegar a condenarte o a salvarte, y de la habilidad de quienes siempre saben ejercerlo, gambeteando los lances que te acechan en su conquista. El Leoncio Prado, el Colegio, es un teatro donde se representa la vida del Perú, vista bajo unos espejos cóncavo-convexos, donde una suerte de críos sobreviven bajo las amenazas de  los más "viriles", los más crueles, donde se impone un "sub-poder" que escapa de la jerarquía oficial o que esta no quiere ver, para hacer de los críos más "hombres" . Espectros de alumnos que malviven en literas contiguas, entre prácticas castrenses, robos de exámenes, arrestos de fines de semana y novatadas a los perros del primer año. Donde se aceptan las reglas resignadamente y  los inadaptados, los débiles acaban pagando muy caro su desapego.

      "El cabello crecía lentamente sobre los craneos y también la codicia de la calle"


     Acabas de leer el libro con la sensación de que la vida sigue, a pesar de todo, a pesar de que haya un joven teniente que ha cumplido con su deber como militar y ciudadano y que acaba siendo trasladado a unos de los confines del país, a pesar del asesinato de un alumno, a pesar del mayor,  de Gamboa, de Huarina, de Vallano, de la Pies Dorados.... la vida sigue por Miraflores, por La Perla, por Diego Ferré, por el Callao...